Libertad

El hecho de que estemos construyendo un Partido implica que hemos decidido no servirnos de las armas pero eso no significa que nos arrodillaremos a beber billetes en fuente de la socialdemocracia. La historia nos ha demostrado que en las democracias se vive mejor que en las dictaduras y las monarquías, el pueblo se siente contento porque cada cierto tiempo le dejan elegir un nuevo capataz, así por lo menos existe la esperanza de que el siguiente no le azotará tan fuerte como el presente. Nosotros sabemos que aquello no es un gobierno del pueblo, sino más bien un gobierno de los capataces.

La socialdemocracia es el sistema en el que los capitalistas se sienten más cómodos porque no tienen que hacer nada más que pagar al nuevo capataz para que mantenga sometidos a sus obreros, con el mismo descaro de un rey que manda ejecutar mil rebeldes y antes de que lleguen las hordas furiosas a incendiar su palacio, entrega al verdugo para que lo despedacen. Esto no puede seguir siendo así, las potencias capitalistas se tragaron ese cuento y ahora han llegado al absurdo de inventar guerras para que los ricos puedan ganar dinero vendiendo armas, su pueblo protesta contra el gobierno pero los políticos no pueden hacer nada porque desde la campaña tienen atadas las manos con billetes.

Así el capitalista gana, el pueblo se mata y al político le pagan para recibir la bofetada.

Puesto así, el escenario es desalentador. Pareciera que el único medio para que el pueblo deje de ser gobernado y pase a gobernase a sí mismo son las armas, pero sabemos que ahí por donde pasa un ejército no vuelve a crecer nada durante décadas y es en las tierras más miserables donde con mayor facilidad crecen las contrarrevoluciones. Los revolucionarios que habitan entre nosotros entienden que no son ellos quienes finalmente harán la revolución, sino las masas; así pues, un gobierno revolucionario no puede estar compuesto de un puñado de revolucionarios, el verdadero gobierno revolucionario es el que construyen las masas.

¿Qué haremos entonces, si no queremos derramar sangre, ni erigirnos como los nuevos capataces? Traicionaremos al sistema y fomentaremos la ordenada autodestrucción de nuestro gobierno. Tomaremos el poder con la única intención de irlo entregando poco a poco a las masas, entraremos a los edificios de gobierno con la mayor esperanza de un día salir con las manos en alto y rendirnos ante el pueblo bien organizado que desde el principio estábamos esperando.

Es evidente que el proletario no podrá hacer mucho si dedica la mayor parte de su día a enriquecer a alguien más cuyo “trabajo” es multiplicar dinero, las mujeres no podrán hacer mucho si el único pago por su trabajo son sus medios de subsistencia como si fuesen esclavas, los pueblos indígenas no podrán hacer mucho si no tienen ni el “derecho a tener derechos”. Por ello crearemos mecanismos para apalear las desigualdades históricas, esto hará enojar a los que más tienen porque el dinero para mejorar la vida de los más desfavorecidos saldrá de sus bolsillos pero a los jóvenes les explicaremos que ese dinero se lo habían robado sistemáticamente a los trabajadores.

Nuestro objetivo no será tener el poder para siempre. El momento histórico que vivimos exige a gritos un futuro que sustituya al presente, una época en la que se reconfigure al Estado para fortalecer y organizar a las masas; el sistema socialdemócrata actual no permitirá que mediante mecanismos “legales” se erradique de nuestra sociedad la lógica de la máxima ganancia que desangra a los pobres y enriquece a los ricos. Solo el Pueblo de México bien organizado podrá iniciar el fuego que desplome las barricadas de la propiedad privada capitalista y comience la verdadera democracia.

Nuestro objetivo será terminar con los tiempos de los grandes oligarcas y dar paso a la era de las grandes comunidades.